Los chicos, que ayer protestaban a cada caricia,
hoy duermen en las escaleras de un juzgado,
donde el papel sellado les devuelve,
otra vez, a un mundo de deberes sin derechos,
porque nunca más podrán ellos
escribir, como antes, las frases de amor libre.
Pero ahora ya son oficialmente felices.
Y pueden comer perdices y pueden reproducirse al digerirlas.
Al menos, eso dice el cuento, y, siempre, ese mismo cuento.
viernes, 6 de mayo de 2011
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