viernes, 16 de abril de 2010

El científico complaciente

Después de la II Guerra Mundial nadie que usara la cabeza quería ser utilizado para exterminio, o en pequeña escala, injusticia alguna. Se revolvieron en sus centros de investigación y, con apoyo de unas masas estudiantiles en número nunca visto, se levantaron en adoquines a las autoridades académicas y sociales. Les dieron parte de lo que pedían. A muchos los reclutaron y, de esta manera tan lógica y fácil, les callaron la boca. Todo siguió igual, a la vista de los problemas que la ciencia tiene hoy en día, si se rasca en su superficie: mucha precariedad e inseguridad laboral, caldo de arrogancia, dependencia total hacia intereses poco democráticos, escasa transparencia, etc. En España todo esto llegó más tarde, como todo. Eso sí, las tácticas disuasorias fueron las mismas al acabar la dictadura. Hoy aquellos que gritaban que todo el sistema científico era injusto son los que siembran injusticia sin remordimiento alguno, al menos, aparentemente. Nos hicieron creer que la protesta social iba encaminada a un sistema más justo, y no a que sólo ellos eran los que debían heredar los métodos que las anteriores generaciones se negaban a traspasar. ¡Malditos bastardos!

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